Paisajes travestidos
Goethe razonaba que «el arte es el arte porque no es la naturaleza». Aunque el arte pueda introducirse y recalificar el paisaje o reconvertir un espacio determinado.
Tras la kantiana belleza libre y belleza adherente. En el juego de los estilos el paisaje danza tiempos opuestos. ¿Qué es hoy el paisaje? ¿En qué medida puede interpretar una era nueva? ¿Cabe hoy dentro de las corrientes conceptuales? Sin profundizarlo semióticamente, el paisaje puede responder a otras naturalezas. Ser un tanto escenario de otras interpretaciones o vínculos que —sin desinsertarse de su condición de tal— puedan traspolarlo a otros sistemas perceptuales y expresivos.
El arte contemporáneo ha dado ese pie de razón, más allá de vulnerabilidades interpretativas. ¿Modificar el paisaje, intervenirlo y darle otra proyección temporal; ajustar el espacio natural, inmutable, a otro discurso de las formas?
El arte efímero, las vertientes del land art, acciones conceptuales, ciertas propuestas de reconversión del paisaje de la década del 60 pueden aceptar sobradamente la apuntada posibilidad estética. Intervenciones que generan, de manera paralela, sorpresa y rechazo pero que, a pesar de los enormes esfuerzos conceptivos, económicos y físicos de quienes las gestan, no constituyen sino temporarios y muy reflexivos gestos (¿demiúrgicos?) de artistas que reniegan de un destino de taller y caballete. La coloración de las aguas del argentino Nicolás García Uriburu no es sino un ejemplo original —no contaminante— de estos proyectos proambientalismo, en muchos casos.
Una figura singularísima es la del búlgaro Vladimir Javacheff, inmortalizado artísticamente Christo (13/6/1935 Gabrovo, Bulgaria – 31/5/2020 Nueva York). Sus trabajos, de enorme repercusión mediática, atravesaron países de los cinco continentes, tal su ímpetu y volumen creativos. Siempre el paisaje ofreciéndole respuestas posibles, intentos de reformularlo, de darle significados inesperados, otros vuelos perceptuales, calificar los grandes espacios, imponer su crédito ecológico. Si bien Christo comienza empaquetando sillas, botellas, bicicletas, su visión se proyecta sin mayores dispersiones a ciudades y monumentos. Son sus famosos packages (paquetes) y sus wrapped objets (envolturas) de edificios y montañas.

Edificio Reischtag, Berlín 1994
En Berlín, en 1994, decide envolver y atar el famoso Reischtag, edificio construido por el Kaiser Guillermo II en 1890, auténtico símbolo de la historia germánica. Cabe suponer (fuera de los testimonios de los medios) la reacción opositora que el proyecto recibió de la mayor parte del pueblo. Si bien es temporario y sus antecedentes (viene de hacer lo propio en el Pont Neuf, de París, tres años atrás) avalan un crédito inexplicable y en aumento, la sociedad no acepta tales agresiones. Pero Christo, avasallante, no ceja con sus proyectos. Nada menos que 4700 m3 de aire embolsado en Eindhoven, Holanda. El package de una torre medieval en Spoleto, Italia. El monumento de Leonardo en Milán y el muro de Marco Aurelio en Roma.
Incontenibles, las acciones pasarían del Viejo al Nuevo Mundo. La cortina de 450 metros de largo, Valley Courtain, Rifle, Colorado (1970–1972). En Biscayne Bay, Greater Miami, Florida (1980–1983), el rodeo de 11 islas con una cortina rosada; y en La Florida una muralla de 40 kilómetros poniéndole límites al mismísimo horizonte. El paisaje revisitado, en una instancia real que invita a develar al ojo.
Fuera de todo circuito convencional, la obra de Christo se impone como un gigantesco dedo universalista que aporta diferencias, distribuye acuerdos, reconstruye distancias. Recrea sobre lo infinito. Reformula, sin invadir. Son acciones realistas: así las 1700 sombrillas amarillas de seis metros de alto —The Umbrellas—, que distribuyen en Tejon Ranch, California. Un ejército de soldados que reproduce: 1340 paraguas en color azul frente a las aguas del río Sato, en Ibaraki, Japón (1984–1991), con la colaboración de Jeanne–Claude, quien lo acompañará en sus últimas intervenciones. Recalifica el paisaje; accede a un tono mágico a escala monumental.
Después de 40 años, Christo vuelve a Italia con un entusiasmo incontenible. Recorre los lagos del norte durante 2010 y finalmente elige el gran espejo de agua de Iseo, sobre el cual construye un paseo de tres kilómetros de extensión en tela amarilla que responde en ondulaciones de acuerdo con el movimiento de las olas.
Puente virtual, conducido por un sistema de dique flotante integrado por 200 000 cubos de polietileno de alta densidad. A 100 kilómetros de Milán y 200 de Venecia, el artista crea una fantástica realidad que, a vuelo de pájaro, reconstruye el paisaje de agua y piedra para que lo caminen y descubran miles de ciudadanos del mundo. Tácitamente, caminar sobre las aguas o, como dice el propio Christo, «estar sobre la espalda de una gran ballena».
También los 70000 m2 de otro paisaje, imaginado y construido por un hombre de 81 años que, después de haber empaquetado la Muralla Aureliana en 1974 (proceso por el cual obló más de 15 millones de dólares) y concretar el mismo gesto con fuentes, edificios romanos de Italia, puentes, junto con Jeanne–Claude, retornó esta vez para dar su último testimonio de reconversión del paisaje.
Resta seguramente por reflexionar qué quedó de la ciclópea obra de este artista. Muchos libros, filmes, investigaciones, registros tecnológicos de sus principales trabajos, algunos premios. Una obra que, sin duda, se fue con su propio autor como si se hubiera tratado de una enorme fantasía que cruzó los mares. ¿Y acaso no fue así, como una gran utopía?
Jorge Taverna Irigoyen
Académico Emérito