Desde 1988, Antonio fue Miembro Correspondiente de esta Academia en Francia, el país en que vivió desde 1963, y cuya casa se convirtió en una embajada cultural de la Argentina, para tantos compatriotas en los oscuros días de la dictadura, como así también en el lugar en que los artistas que visitaban París, encontrarían el consejo, la palabra acertada y el estímulo para abrirse camino en esa capital simbólica de las bellas artes.
Quizás toda la reflexión y los cuestionamientos del exilio, se pongan de manifiesto en su serie de 1976, “La distancia de la mirada”, en la que el hombre de espaldas, mira hacia un paredón de ladrillos, o cuya mirada frustrada y vacía, queda atrapada en el silencio del muro.
En nuestro medio, la prensa hablaba por esos días de “Las tribulaciones de un cordobés que triunfa en París”. Antonio desembarcó en Francia con un equipaje que contenía las vigorosas imágenes de la cultura popular argentina, y con ellas se propuso llevarlas a la tela y al papel, multiplicándolas de tal manera, que las mismas nos remiten a un encuentro entre el comic y la gráfica publicitaria.
Como una locura caprichosa aparecieron en la obra del maestro, “los hombrecitos con sombreros”, como si fueran personajes animados, capturados de las novelas de Roberto Arlt o de Leopoldo Marechal. Será por eso que la editorial Seix Barral ilustró con una obra de esa serie, la cubierta del Adán Buenosayres, síntesis de la extinción martinfierrista y de los nostálgicos años 20, tan literarios como vanguardistas.
Me permitirán en este breve e incompleto homenaje, recordar que conocí a Antonio Seguí en Paris, hacia finales de los años 80, durante mi primer puesto diplomático en Jakarta, en donde un estricto y austero Embajador, Tomás Alva Negri, compartía la diplomacia con un profundo interés sobre los artistas argentinos radicados en Francia. Así fue que coincidimos en un viaje y visitamos al artista. Como André Breton y Pablo Picasso, Antonio reunía una maravillosa colección de piezas precolombinas, y de arte primitivo. Con su habitual generosidad, evitaba hablar sobre su obra, para interesarse sobre mi experiencia en el sudeste de Asia e intercambiar ideas sobre los pueblos Toraja, Asmat y Dajak, hablando con un gran conocimiento del alma primitiva de las culturas originarias de esa parte del mundo.
Muchos fueron los posteriores encuentros. En febrero de 2020, como todos los años, Antonio visitaba Buenos Aires, junto a su mujer, la historiadora del arte Clelia Tarico. En esa oportunidad el artista inauguró una muestra, bajo el título “Antonio Seguí. Grabados del patrimonio, colecciones y donación”, en el Museo Nacional del Grabado, también fue homenajeado en la Embajada de Francia con una importante condecoración de ese país.
Como si fuera una despedida anticipada, organizamos una visita a las exposiciones de Norah Borges y José Fioravanti, en un soleado sábado por la tarde. Disfrutamos de ambos recorridos, entre el Museo Nacional de Bellas Artes y la Casa de Victoria Ocampo.
Antonio se acercó a la obra de Norah y expresó su admiración ante la obra gráfica de la artista. Lo recordaré siempre con su característico y refinado humor, ese humor –al que consideraba que “es lo único que nos va a salvar siempre”.
Nunca imaginé, desde ese primer encuentro, en su casa en París, que unas décadas más tarde, lo despediría en este ámbito, en la Academia Nacional de Bellas Artes, frente a todos ustedes.
Antonio nos ha dejado un gran legado con su rica obra, y valga la paradoja, nos ha dejado un sitial vacío en nuestra Academia, como Académico Correspondiente en Francia. Ahora, nuestro compromiso reside en convocar a un nuevo miembro que desde ese país, represente a esta institución con toda la grandeza que él supo brindarnos.
Sergio Baur