(1953-2021)
Queridos colegas:
Resulta muy difícil para mí escribir algo a la altura de esta circunstancia, a la altura de ese amigo leal y ese gran crítico musical que fue Federico Monjeau. Difícil aceptar lo inevitable, la desaparición de Federico, a la cual no termino de habituarme, como si se tratara de una falsa noticia o de un mal sueño del que me despertaré aliviado, de un momento a otro.
Crítico musical por necesidad (y también por vocación, aceptada con humildad y ejercida de la manera más honesta), Federico fue ante todo un excelente ensayista, cuya pluma se ejercía en temas musicales, aunque también podía ocasionalmente transitar los literarios, como lo muestran los capítulos de sus libros consagrados a Proust y a Joyce, o algún ensayo como el que consagrara hace pocos años al poeta Joaquín Giannuzzi, en las páginas del Diario de Poesía, bella revista que ya no existe, como tantas otras cosas que han dejado recuerdos nostálgicos. En ese sentido —por la amplitud de sus miras y por su talento para concebir textos profundos y al mismo tiempo atractivos, en los que el análisis técnico, las consideraciones estéticas y a veces los detalles biográficos de los autores estudiados se amalgaman para resultar en una lectura deslumbrante que atrapa y que incita al lector a continuar, a seguir leyendo lleno de interés, como si se tratase de una novela—, en ese sentido, decía, Federico es tal vez comparable a Charles Rosen, pianista y ensayista que Federico admiraba intensamente y que nos dio esos libros extraordinarios que son El estilo clásico y The romantic generation. Como el de Rosen, el estilo de Federico era elegante, dentro de una antigua tradición destinada quizás a desaparecer en esta época estrepitosa que vivimos: la erudición y la complejidad del pensamiento no eran desplegados aparatosamente para obnubilar al lector, sino que lo acogían de manera discreta y afable, matizada por el buen uso de la ironía y del sentido del humor. Melancólico por naturaleza y porque tal vez algún secreto, alguna pesadumbre ensombrecía ocasionalmente su alma, Federico nunca perdió ese sentido del humor que desplegaba abundantemente y que tanto apreciaba en los otros, en sus interlocutores y en los autores que leía y releía. Nada más adecuado que lo dicho por el poeta y artista plástico Hugo Padeletti acerca del estilo de Federico en su libro La invención musical: me parece estar leyendo a ensayistas ingleses. (Habrá pensado en Hazzlitt, en Stevenson, en De la Mare…).
Si por convicción Federico había puesto su capacidad al servicio de la apasionada defensa de la música de nuestro tiempo (partiendo de la Escuela de Viena, pasando por Feldman, Ligeti y Kurtag, autores que verdaderamente amaba, y llegando a los argentinos Gandini, Etkin, Kagel y Kröpfl, por los cuales se batió más de una vez), hay que decir que su corazón profundo habitaba sobre todo en el paisaje íntimo y misterioso de la música de cámara de Gabriel Fauré, cuyas frases melódicas largas y sinuosas le recordaban quizá los extensos períodos de su admirado Proust.
Gran estudioso de Adorno, —on this side idolatry—, a veces Federico tenía dificultades en apartarse, eventualmente, de los juicios críticos de su maestro. Así, resultaba gracioso escucharle decir que finalmente había llegado a gustar y admirar alguna música de Richard Strauss o de Sibelius, compositores vilipendiados por el filósofo: era una tímida forma de marcar su independencia con respecto al pensamiento dominante de Adorno, una discreta forma de evitar el avasallamiento. Federico tomaba lo que le interesaba de Adorno, sin por ello sacrificar su personalidad.
No puedo cerrar esta evocación de Federico sin retornar a lo que dije al comienzo: Federico era un amigo leal. Sincero, discreto. La amistad era para él un valor supremo, que despuntaba en su sonrisa bondadosa y melancólica: así quiero recordarlo, siempre. Más allá del dolor de la pérdida, más allá de la tragedia de su muerte prematura, quiero pensar en él como si estuviera vivo. Y lo está, en el recuerdo feliz y en los bellos libros que ha dejado.
25 de enero de 2021.
Luis Mucillo,
Secretario Comisión de Música